Cien años del viaje de Blas Infante a la tumba de Al Motamid en Agmat (1924-2024)
Manuel Hijano del Río Universidad de Málaga
Cuando Blas Infante se embarca en Lisboa, camino de Casablanca, en septiembre de 1924, es ya un político experimentado en numerosas lides. Tras publicar en 1915 su Ideal Andaluz, abre numerosos centros andaluces, como entidades defensoras y divulgadoras de sus postulados. La Dictadura de Primo de Rivera le cierra esos centros en 1923. También preside en 1918 una Asamblea en Ronda. Allí consigue unificar el mensaje político andalucista y aprobar el lema, la bandera y el escudo de Andalucía. En 1919 publica el conocido Manifiesto de la Nacionalidad, donde el andalucismo da el paso con rotundidad hacia un nacionalismo restaurador, reformista, confederal, republicano y defensor de las clases más desfavorecidas. Una vez cumplida esta tarea, Infante expresa, públicamente, en la Asamblea de Córdoba de 1919, lo siguiente:
“El señor Infante. Añade que ha cumplido su misión. Él se propuso solo sembrar la semilla de la Nueva Andalucía y trabajar porque brotara el germen. El germen se desarrolla y el tallo está lleno de vida y calor. Él no esperará a florear, otros campos de ideales le aguardan. Los que le acompañaron en esta santa empresa, velarán por el desarrollo de la obra y recogerán el fruto. La propaganda regionalista ha sido intensa en estos cinco años, que hemos conseguido crear una verdadera fuerza organizada, siendo tal la virtualidad de nuestros ideales, que, como ha sucedido últimamente, partidos nacionales como el republicano, se han declarado regionalista andaluz. Mi labor, pues, ha concluido. Antes de un año me encerraré otra vez en la soledad de mi cuarto de trabajo” [1].
Efectivamente. En 1922 consigue permutar su notaría de Cantillana con la de Isla Cristina, intentando “encerrarse en la soledad de su despacho”. Sin embargo, la localidad onubense le incita a continuar con su labor pública y política. Haciendo una brevísima síntesis, Infante ejerce como notario en este periodo (1922-1930) y, a la vez, inicia la publicación de varios libros como, por ejemplo, Dimas Historia de zorros y de hombres (1924). Prosigue con su incansable tarea de escribir manuscritos, como Cicno -Hijo de Apolo- aún sin analizar en profundidad. Publica, entre otros textos, Los mandamientos de Dios en favor de los animales, la Plegaria del pájaro y, la recientemente descubierta por Vicente López Márquez, la Plegaria del perro.
Participa intensamente en la vida cultural y política de Isla, siendo miembro del Ateneo Popular, colabora activamente en fiestas locales dedicadas a la mujer andaluza, a los pájaros, o sobre el árbol, entre otras actividades.
Ese es el contexto. En 1924 emprende su aventura a tierras africanas. Para profundizar en los pormenores de este viaje, se ha de tener en cuenta que Infante mostró interés por Al Andalus en general y, más concretamente, por el denominado “último rey sevillano”, Al-Motamid. De hecho, en 1920, escribe un drama titulado Motamid, último rey de Sevilla. Una obra teatral representada recientemente en la sede de la Fundación Blas Infante, donde lo describe como hombre de paz que busca la convivencia entre almohades y almorávides.
Hemos de tener en cuenta que Infante no era un arabista especializado. Era un autodidacta en estos ámbitos, disidente, rebelde, disconforme, y muy crítico con las versiones oficiales de la Historia, de la Cultura, de la Religión y, en definitiva, de la Andalucía que le tocó vivir. Y fruto de esa actitud insurrecta, donde solo cabe la constante preocupación por Andalucía, con el ánimo de remover conciencias, de despertar el espíritu libre andaluz, busca y encuentra una edad de oro en la Historia de Andalucía: Al Andalus y, más concretamente los años del reinado de Motamid. Como lo encuentra en Tartessos. Y como lo encuentra también en la Bética. Así nos lo confirma Enrique Iniesta:
“En Al-Andalus supo averiguar la herencia ilustre de la Bética, cuna de Césares para Roma, cavilando con esto los estudios hispano musulmanes comprueba aquella época culta, científica, artística, tolerante y librepensadora. Claro que, en 800 años, había cabido de todo y todo había sucedido. Pero razonada y honradamente nuestro estudioso amigo, en el conjunto de aquellos siglos andalusíes tan calumniados por unos como ensalzados por otros, creyó encontrar lo que él llama el enriquecimiento de motivos para la voluntad de ser” [2]. Usando visiones alternativas a la historiografía oficialista, como Dozy, llega a afirmar que este rey fue:
“El último rey indígena que representó digna y brillantemente una nacionalidad y una cultura intelectual que sucumbieron bajo la dominación de los bárbaros invasores. Túvose (sic) por él una especie de predilección como por el más joven, como por el benjamín de esta numerosa familia de príncipes poetas que habían reinado en el Andalus. Se le echó de menos como a la última Rosa de la Primavera” [3].
Y como experiencia, quiere reproducir la huida de los andaluces expulsados por la conquista castellana: “El pueblo andaluz fue arrojado de su Patria (…) unos moran todavía en hermanos, pero extraños países, y otros, los que quedaron y los que volvieron, los jornaleros moriscos que habitan el antiguo solar, son apartados inexorablemente de la tierra que enseñorean aún los conquistadores” [4].
Infante escribirá después de su viaje a Agmat que fue a visitar a los andaluces exiliados “hijos de una cultura que se pretendió cegar y que, para continuar fluyendo, se hizo subterránea” [5].
Ese es el sentido de la marcha. En definitiva, fue una experiencia personal, una “peregrinación” en el tiempo, hacia una edad dorada de la que aún sobrevivían testigos. Gracias a sus manuscritos, podemos reconstruir con gran fidelidad el relato del viaje [6]. Utilicemos sus mismas palabras:
Viaja a Lisboa desde Isla Cristina, y llega a Casablanca el 15 de septiembre de 1924, hace justo cien años. Elige esa ciudad, en territorio del Protectorado francés, por considerarla más seguro debido a la guerra hispano-marroquí. En Lisboa consigue la compañía de un carpintero catalán dedicado al comercio de maderas para los vinos de Oporto: “Con él vine en un mal barco hasta Casablanca hasta Lisboa. José Luis García Vidal, así se nombra mi acompañante, es un joven animoso, ágil y, por culto, comprensivo. Respeta todas las peregrinaciones, incluso esta mía tan extraña con respecto a las suyas en las que procura compatibilizar los fueros del espíritu con los del negocio. Entre todas las virtudes, la que más me cautivó fue su habilidad para hacer buenas fotografías. Cuando me convenció de que buena era su máquina y bueno el operador, procuré persuadirlo para que me acompañase a Marraquech. Él accedió amablemente, aunque sin sospechar la finalidad aventurera del viaje hacia el sur”. García Vidal era un catalán “negociante de maderas” de barricas de Oporto.
Cuenta Infante: “Durante el mediodía en el embarcadero. Han venido varios amigos a despedirme: “Río Abajo Río abajo”. Esta frase como de un romance viejo que hubiera escuchado alguna vez, surge en mi interior. La torre de Belén … Río Abajo … Lisboa quedó atrás del rio ahora se ensancha hemos salido al océano el mar amplio”.
Prosigue: “La fortuna me favoreció. Encontré un chófer oraní, Abu Ben Musa quien, además del dialecto del Alto Atlas, conocía el español. Él había oído hablar de Agmat, pero del Agmat que yo buscaba, situado al sur de Marraquech. Convinimos en que me alquilaría el coche del que era propietario y que él habría de conducir”. Infante sigue el relato en el mismo manuscrito AAK.
“Solos, con un guía que nos prestó una kabila próxima y un intérprete oraní, sin cartas de presentación ni de referencia, no llevábamos más armas ni más guardas ni más brújula que nuestro entusiasmo y el nombre de Al-Andalus que desvanecía recelos, apaciguaba las irritaciones que nuestra audacia despertó alguna vez y nos abría las puertas de aquellos campesinos montañeses que tan pródigos fueron en su hospitalidad”.
Y llega a la “tumba arruinada que cuidaba un descendiente de Al Motamid, de la familia campesina Agmat-Omar” [7]. Enrique Iniesta asegura: “aquello era una fosa sobre la que habían volcado un carro de cascotes” [8]. Una vez visitada la tumba del rey expulsado por los almorávides, Infante vuelve a Andalucía por Rabat. Allí descubre la Nuba. Un descubrimiento que está en el cimiento de su libro Orígenes de lo Flamenco y secreto del cante jondo. Escribe Infante:
“La Nuba sigue melodiando la nostalgia lírica de Andalucía en el destierro (…) este canto es coral. La música andaluza, proscrita de la sociedad, se desarrolló en canciones individuales, deja de ser coral, se torna secreta, inaccesible, pero al mismo tiempo, se intensifica”. Este descubrimiento le provoca el estudio del flamenco y su origen. Su tesis sostiene que el ay del flamenco es el cante del felahmengu (en árabe, labrador huido o expulsado) los descendientes de los expulsados de Andalucía”.
En Agmat se aúnan la conjunción de una aventura, el viaje como construcción personal, como homenaje, como reconocimiento personal y espiritual del auténtico ser andaluz, cuando fue libre, culto y tolerante. Entiende que la Historia se construye, se conoce, se vive con escritos, pero también con las voces. Las palabras de los supervivientes van más allá de los textos. Y quiere conocerlas, oírlas y convivir con ellas.
Sumergido en una visión simbólica de Al Andalus, donde lo espiritual acompaña el dato histórico, la fecha del instante, el espacio y el tiempo, se deja imbuir en un clima donde la rebeldía ante lo asumido como lo instituido, lo normalizado, le lleva a sondear otras fuentes documentales y experienciales. Infante vive un ejercicio espiritual que completa, corrobora y amplía lo ya estudiado en los libros de Historia en casa. Se retrotrae simbólicamente al mundo de la Bética, de Tartessos y que se personifica en Al Andalus.
En definitiva, este viaje es expresión de su interés intelectual por saber del “genio andaluz”. Su estancia en Marruecos refrenda lo estudiado en los manuales. Cuando retorna a casa, siente lo vivido. Comprueba fehacientemente las tesis de expertos como Olague: no hubo invasión en el 711, son los andaluces quienes llaman a los bereberes, fue una ayuda imprescindible para cruzar el Estrecho: Infante, su obra Complot de Tablada lo escribe:
La Andalucía culta de la Bética, heredera de la culta Tartessos pide ayuda a sus vecinos de la otra orilla: “Legiones raudas y generosas corren el litoral africano predicando la unidad de Dios. El «Arroyo-Grande», que dijo Abu-Bekr, las separa de Andalucía.
Esta les llama. Ellos recelan. Vienen: reconocen la tierra y encuentran a un pueblo culto atropellado, ansioso de liberación. Acude entonces Tarik (¡14.000 hombres solamente!) Pero Andalucía se levanta en su favor. Antes de un año, con el solo refuerzo de Muza (20.000 hombres), puede llegar a operarse por esta causa la conquista de España. Concluye el régimen feudalista germano. Hay libertad cultural. Andalucía entera aprende el árabe, y dice que se convierte. Poco después, Andalucía, ¡Andalucía libre y hegemónica del resto peninsular! ¡Lámpara única encendida en la noche del Medioevo (…) Europa germánica, es un anfictionado, bárbaro, inspirado por el Pontífice de Roma!”.
[1] El Regionalista. Marzo 1919.
[2] (Enrique Iniesta. Toda su verdad, T.II, p. 215).
[3] (Manuscrito AAK).
[4] (Manuscrito AAK).
[5] (Manuscrito AAK).
[6] (Manuscrito AAK).
[7] (AAN, 65).
[8] (Enrique. Toda su verdad, T.II, p. 224).