La Casa de la Alegría (1932-1936)
En los últimos años de su vida, Blas Infante construyó y disfrutó de su casa de Coria a la que llamó “La Casa de la Alegría”. Fueron sus últimos cuatro años de vida. Los goza intensamente, tanto su periplo político como personal. Por un lado, disfrutó del espacio suficiente para albergar a toda su familia al completo: su esposa M. Angustias, sus tres hijas (Luisa, M. Angeles y Alegría) y su hijo (Luis Blas); también, en su faceta pública, este espacio singular fue testigo íntimo de sus reflexiones acerca del intento autonomista de la Segunda República. Un momento que vivió intensamente y en primera fila: fueron los años de la Asamblea Regional Andaluza de 1933 y del proyecto de bases del Estatuto, la organización de las Juntas Liberalistas por todo el territorio, la participación en numerosos eventos de todo tipo para difundir la cultura e identidad de Andalucía … En esta casa se encuentran aún hoy, tanto las dependencias privadas, como su despacho y biblioteca. Dar al Farah (Casa de la Alegría) es un lugar de enorme y singular importancia de nuestro patrimonio histórico andaluz.
El manuscrito que se presenta es parte del cuaderno donde el Padre de la Patria Andaluza anotaba todos los gastos de la construcción de esta casa. El documento completo son casi cincuenta páginas, pero se muestran sólo las cinco primeras.
En estas hojas podemos observar lo minucioso de las anotaciones, de puño y letra de Infante, el control prácticamente diario y la complejidad de las mismas. Desde los ocho tornillos para el pozo y el riego de la finca (una peseta con cincuenta céntimos), la factura de toda la instalación eléctrica de la casa (1.131,05 pesetas), hasta el importe del estiércol empleado en la finca. También, como aspecto curioso, se puede ver lo pagado a los numerosos trabajadores contratados para diversas tareas, albañiles o jardineros para excavar los hoyos para la plantación de los árboles.
En esta casa, el ejército golpista detuvo el 2 de agosto a Blas Infante para llevárselo a Sevilla para su posterior fusilamiento en la noche del 10 al 11 del mismo mes. Y desde allí, cada día, salía su mujer para implorar su liberación a las personas que se hicieron violentamente con el poder en esa ciudad; o para llevarle algo de ropa y comida durante su detención. Tras su asesinato, la familia siguió viviendo en esa casa. Hoy día sigue en pie y se ha convertido en un punto para la reflexión sobre las injusticias y delitos cometidos por el fascismo en nuestro país.
Manuel Hijano del Río, Profesor Titular de la Universidad de Málaga.